Morir, o no. O sí. Tú verás
- Sofía Pradel
- 12 dic 2016
- 2 Min. de lectura
Arrepentirse cada tres palabras (y aproximadamente dos groserías, si como yo estás en la deslenguada y hormonalmente caótica época de los veinte) de lo que se dice –o a la inversa, de lo que no se dice-. En vista de que no soy especialmente habladora, mis dolores de cabeza se inclinan por el segundo motivo, aunque estoy constantemente rodeada de personas del primer caso, y francamente no sé qué es peor.
Lo cierto es que para nadie es fácil encontrar ese equilibro, los vómitos y las atracos verbales son tan comunes como los vómitos y atracos fisiológicos (muy lindo), pero quizá, con algo más de información sobre cuán importante, es más, cuan vital esto puede llegar a ser, nos lo pensaríamos dos veces antes de decir –o no- cualquier cosa.
El dramaturgo y director Sergi Belbel, nos da una clase magistral sobre este tema en su obra “Morir”; la trama, que sigue los siete casos de personajes aparentemente independientes, y cuya única conexión parecen ser las tétricas muertes que tienen por final, toma un giro inesperado cuando alguien decide decir lo que debe decir. Como por arte de magia, todo parece tener sentido.

En esta obra, el lenguaje es usado como una herramienta que puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte, donde se nos plantean dos versiones, una en la cual las palabras no estuvieron, o no lograron cambiar el desenlace de la historia, y otra donde hay más esperanza y aciertos gracias al correcto uso de estas. Quienes estuvieron a cargo de llevar al cine esta obra, quisieron hacer esto más evidente: la primera mitad (la trágica) está en blanco y negro, mientras que la segunda, a color.

Admito que no con regularidad pienso en lo mucho que esto puede llegar a ser crucial en el día a día, después de todo, ¿quién lo hace? Quizá los profesores lo hagan más continuamente (o al menos deberían), o quizá solo lo hace Robín Williams en La sociedad de los poetas muertos, película en la cual el dedicadísimo profesor Keating se esmera en enseñar a sus alumnos sobre las facultades poderosas del lenguaje y la escritura.
A fin de cuentas, no puede ser tan difícil; todo se trata de pensar con más cuidado, examinar la situación, escoger las palabras adecuadas, el tono adecuado, el momento adecuado, y el lugar adecuado. Aunque, siempre es posible que esto no sea posible.
De ser así, quizá solo estemos destinados a meter la pata siempre… o no.
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